by. Víctor Orozco
Vuelvo en esta entrega a temas relacionados con la historia de Ciudad Juárez, sin atender por ahora a un criterio cronológico. Uno de los aspectos que ha despertado cierto interés, se refiere a la integración del antiguo pueblo de Paso del Norte con la provincia y posteriormente estado de Chihuahua. El hecho tuvo lugar inmediatamente después de la independencia, pues durante toda la colonia, la zona perteneció a la jurisdicción del Nuevo México.
Según se recordará, en el seno del imperio español fue desconocido el sistema eleccionario para escoger a las autoridades, de manera tal que los antiguos ayuntamientos se formaban por regidores y síndicos quienes asumían sus cargos por vía hereditaria, por compra de los mismos o por nombramientos superiores. La Constitución de Cádiz, promulgada en 1812, vino a modificar radicalmente el gobierno de los pueblos y las relaciones de los antiguos súbditos, - reconocidos ahora como ciudadanos-, con el poder político. Después de 1814, año en el cual se puso en vigor el código gaditano y sobre todo después de que se lo hizo por segunda vez, en 1820, se desplegó en la Nueva España un vigoroso movimiento de formación de ayuntamientos, llamados ahora constitucionales para distinguirlos de los antiguos.
En la región del río Bravo, se instalaron tres ayuntamientos: el primero ubicado en la cabecera, el pueblo del Paso del Río del Norte, el segundo en el Real de San Lorenzo y Senecú y el tercero en Ysleta y Socorro. El 19 de junio de 1823, sus representantes solicitaron al Congreso General reunido en la ciudad de México, que en el futuro se les considerara en la provincia que debía formarse con el territorio existente desde el Rio Florido hasta sus propios pueblos y que debía tener por capital a la villa de Chihuahua. Argumentaban que entre sus tierras y Santa Fé, la capital del Nuevo México había una distancia cercana a las ciento cincuenta leguas, mientras que a Chihuahua eran solo noventa. Señalaban además que las disposiciones de las autoridades generales pasaban por sus pueblos hasta la villa de Santa Fe, para luego hacer el inoperante camino de retorno. La solicitud fue firmada por los regidores José Ignacio Rascón, José Morales, José María Belarde, José Francisco Carvajal, Juan María Varela, Saturnino Aguilar, Lorenzo Provencio, José Francisco Álvarez, José María García y dos más de nombre ilegible en el original consultado.
Vale preguntarse, además de las prácticas razones contenidas en el documento, ¿Por qué deseaban los vecinos de Paso del Norte pertenecer en lo sucesivo a esta nueva entidad que probablemente se formaría,?. En primer término, es seguro que había una conciencia o reconocimiento de ciertas identidades regionales más cercanas, labradas a partir de intensos contactos familiares y comerciales. Una muestra palpable de la frecuencia y la intensidad de los intercambios entre ambas poblaciones es que en el reglamento para la operación del parián o mercado construido en la villa de Chihuahua se establecía como una categoría específica de vendedores o usuarios de locales, (además de las consabidos puestos de frutas, carnes, leñas, semillas, etc ) a los paseños, comerciantes de orejones (frutas secas), vinos y aguardientes, producidos en las vegas del rio Bravo.
En el contexto de estas relaciones se enriquecieron el trato y la familiaridad entre los vecinos, según lo ilustra esta festiva anécdota: en alguna ocasión cuando los arrieros de Paso del Norte abandonaban la villa de Chihuahua, no faltó algún bromista que les gritaba “Adiós, paseños orejones”, (recordemos que en el habla coloquial orejón significaba también tonto, pasguato, pendejo), a lo que uno de los aludidos sin inmutarse, le respondió con un agudo juego de palabras: “Los paseños nos vamos, los orejones se quedan.”
Por otra parte, es probable que estos paseños encontraran mayores ventajas en la relación con la pujante villa de Chihuahua, cuyo cabildo además estaba tomando la iniciativa política en aquellos momentos cruciales. Además, al hacerse el trazo de las nuevas entidades, jugaron un papel importante las señas naturales y en esta zona, el río Bravo se ofrecía como uno de estos límites, aunque debe mencionarse que aun estando casi toda la población asentada en su banda derecha, los terrenos de los pueblos se extendían hacia el norte del propio río, de donde podían proveerse de leña, maderas y sal.
El 19 de julio de 1823, el Congreso emitió un decreto en el cual habiendo tomado en consideración las proposiciones hechas por varias diputaciones de las Provincias Internas de Occidente, dispuso: “El territorio que hasta aquí se ha nombrado Provincia de Nueva Vizcaya queda dividido en dos partes con el nombre de Provincia de Durango la una y Provincia de Chihuahua la otra. El territorio de esta última lo comprenderá todo lo comprendido desde el punto llamado Río del Norte hasta el que llaman Río Florido”.
El 24 de julio de 1823, ignorando todavía la erección de la provincia de Chihuahua, los tres ayuntamientos hicieron un nuevo pronunciamiento, esta vez a favor del sistema liberal es decir, la federación, e insistieron en la propuesta de crear la nueva provincia con los límites ya sabidos.
De este episodio histórico se pueden desprender diversas enseñanzas y conclusiones, relativas a la formación de la nación y el estado mexicanos. Tal vez la de mayor relevancia es la clara ilustración del tránsito revolucionario entre la condición de súbditos inherente a los antiguos habitantes del imperio a la de ciudadanos que adquirían en la nueva república. Los regidores de Paso del Norte y de muchos otros ayuntamientos, se tomaron en serio su recién estrenado estatus y procedieron en consecuencia. Hasta entonces, si alguien había pensado en la conveniencia de cambiar la pertenencia de su pueblo de una entidad a otra, no se le había ocurrido que sus ideas pudieran tener alguna consecuencia práctica, pues la resolución, siempre inconsulta no podía sino venir de los altos mandos políticos y administrativos, instalados en la lejana capital del virreinato, o en Madrid
También es un hecho notable que de los sesenta y siete municipios integrantes del estado de Chihuahua, el de Juárez es el único que determinó por voluntad propia unirse a la nueva entidad. El congreso del flamante estado, en correspondencia, otorgó el título de villa al antiguo pueblo de Paso del Norte el 16 de marzo de 1826. Finalmente una reflexión: si en 1848, cuando se fijó la nueva frontera entre México y Estados Unidos, Paso del Norte hubiese pertenecido todavía a Nuevo México, ¿Por donde habría pasado la línea?.
Vuelvo en esta entrega a temas relacionados con la historia de Ciudad Juárez, sin atender por ahora a un criterio cronológico. Uno de los aspectos que ha despertado cierto interés, se refiere a la integración del antiguo pueblo de Paso del Norte con la provincia y posteriormente estado de Chihuahua. El hecho tuvo lugar inmediatamente después de la independencia, pues durante toda la colonia, la zona perteneció a la jurisdicción del Nuevo México.
Según se recordará, en el seno del imperio español fue desconocido el sistema eleccionario para escoger a las autoridades, de manera tal que los antiguos ayuntamientos se formaban por regidores y síndicos quienes asumían sus cargos por vía hereditaria, por compra de los mismos o por nombramientos superiores. La Constitución de Cádiz, promulgada en 1812, vino a modificar radicalmente el gobierno de los pueblos y las relaciones de los antiguos súbditos, - reconocidos ahora como ciudadanos-, con el poder político. Después de 1814, año en el cual se puso en vigor el código gaditano y sobre todo después de que se lo hizo por segunda vez, en 1820, se desplegó en la Nueva España un vigoroso movimiento de formación de ayuntamientos, llamados ahora constitucionales para distinguirlos de los antiguos.
En la región del río Bravo, se instalaron tres ayuntamientos: el primero ubicado en la cabecera, el pueblo del Paso del Río del Norte, el segundo en el Real de San Lorenzo y Senecú y el tercero en Ysleta y Socorro. El 19 de junio de 1823, sus representantes solicitaron al Congreso General reunido en la ciudad de México, que en el futuro se les considerara en la provincia que debía formarse con el territorio existente desde el Rio Florido hasta sus propios pueblos y que debía tener por capital a la villa de Chihuahua. Argumentaban que entre sus tierras y Santa Fé, la capital del Nuevo México había una distancia cercana a las ciento cincuenta leguas, mientras que a Chihuahua eran solo noventa. Señalaban además que las disposiciones de las autoridades generales pasaban por sus pueblos hasta la villa de Santa Fe, para luego hacer el inoperante camino de retorno. La solicitud fue firmada por los regidores José Ignacio Rascón, José Morales, José María Belarde, José Francisco Carvajal, Juan María Varela, Saturnino Aguilar, Lorenzo Provencio, José Francisco Álvarez, José María García y dos más de nombre ilegible en el original consultado.
Vale preguntarse, además de las prácticas razones contenidas en el documento, ¿Por qué deseaban los vecinos de Paso del Norte pertenecer en lo sucesivo a esta nueva entidad que probablemente se formaría,?. En primer término, es seguro que había una conciencia o reconocimiento de ciertas identidades regionales más cercanas, labradas a partir de intensos contactos familiares y comerciales. Una muestra palpable de la frecuencia y la intensidad de los intercambios entre ambas poblaciones es que en el reglamento para la operación del parián o mercado construido en la villa de Chihuahua se establecía como una categoría específica de vendedores o usuarios de locales, (además de las consabidos puestos de frutas, carnes, leñas, semillas, etc ) a los paseños, comerciantes de orejones (frutas secas), vinos y aguardientes, producidos en las vegas del rio Bravo.
En el contexto de estas relaciones se enriquecieron el trato y la familiaridad entre los vecinos, según lo ilustra esta festiva anécdota: en alguna ocasión cuando los arrieros de Paso del Norte abandonaban la villa de Chihuahua, no faltó algún bromista que les gritaba “Adiós, paseños orejones”, (recordemos que en el habla coloquial orejón significaba también tonto, pasguato, pendejo), a lo que uno de los aludidos sin inmutarse, le respondió con un agudo juego de palabras: “Los paseños nos vamos, los orejones se quedan.”
Por otra parte, es probable que estos paseños encontraran mayores ventajas en la relación con la pujante villa de Chihuahua, cuyo cabildo además estaba tomando la iniciativa política en aquellos momentos cruciales. Además, al hacerse el trazo de las nuevas entidades, jugaron un papel importante las señas naturales y en esta zona, el río Bravo se ofrecía como uno de estos límites, aunque debe mencionarse que aun estando casi toda la población asentada en su banda derecha, los terrenos de los pueblos se extendían hacia el norte del propio río, de donde podían proveerse de leña, maderas y sal.
El 19 de julio de 1823, el Congreso emitió un decreto en el cual habiendo tomado en consideración las proposiciones hechas por varias diputaciones de las Provincias Internas de Occidente, dispuso: “El territorio que hasta aquí se ha nombrado Provincia de Nueva Vizcaya queda dividido en dos partes con el nombre de Provincia de Durango la una y Provincia de Chihuahua la otra. El territorio de esta última lo comprenderá todo lo comprendido desde el punto llamado Río del Norte hasta el que llaman Río Florido”.
El 24 de julio de 1823, ignorando todavía la erección de la provincia de Chihuahua, los tres ayuntamientos hicieron un nuevo pronunciamiento, esta vez a favor del sistema liberal es decir, la federación, e insistieron en la propuesta de crear la nueva provincia con los límites ya sabidos.
De este episodio histórico se pueden desprender diversas enseñanzas y conclusiones, relativas a la formación de la nación y el estado mexicanos. Tal vez la de mayor relevancia es la clara ilustración del tránsito revolucionario entre la condición de súbditos inherente a los antiguos habitantes del imperio a la de ciudadanos que adquirían en la nueva república. Los regidores de Paso del Norte y de muchos otros ayuntamientos, se tomaron en serio su recién estrenado estatus y procedieron en consecuencia. Hasta entonces, si alguien había pensado en la conveniencia de cambiar la pertenencia de su pueblo de una entidad a otra, no se le había ocurrido que sus ideas pudieran tener alguna consecuencia práctica, pues la resolución, siempre inconsulta no podía sino venir de los altos mandos políticos y administrativos, instalados en la lejana capital del virreinato, o en Madrid
También es un hecho notable que de los sesenta y siete municipios integrantes del estado de Chihuahua, el de Juárez es el único que determinó por voluntad propia unirse a la nueva entidad. El congreso del flamante estado, en correspondencia, otorgó el título de villa al antiguo pueblo de Paso del Norte el 16 de marzo de 1826. Finalmente una reflexión: si en 1848, cuando se fijó la nueva frontera entre México y Estados Unidos, Paso del Norte hubiese pertenecido todavía a Nuevo México, ¿Por donde habría pasado la línea?.