Congruencia, poeta


Octavio Rodríguez Araujo


cuando era niño los maristas me dijeron en la escuela que si me ponía una piedra en el zapato estaría haciendo un sacrificio y que éste debía ofrecérselo a Dios para salvar mi alma. Lo único que logré en mi ingenuidad fue una ampolla en un pie y, desde luego, dejé el catolicismo y de creer en Dios: ¿dónde estaba su bondad infinita?

Con lo anterior quiero decir que entiendo el "encabronamiento" de Javier Sicilia al ver que su "sacrificio" de recorrer 3 mil 400 kilómetros (en su versión) no fuera coronado con un acuerdo tal y como él lo deseaba cuando se propuso encabezar a sus seguidores hasta Ciudad Juárez. Según la entrevista de Becerra-Acosta (Milenio, 12/06/11), Sicilia dijo: “No sé si ganaron los duros… pero lo único que vale es el acuerdo que ya habíamos firmado el 8 de mayo en el Zócalo de la ciudad de México…” (las cursivas son mías). La "ampolla" de Sicilia fue resultado de un recorrido agotador hasta la ciudad fronteriza de Chihuahua, para lograr muy poco, pues lo único válido para él, después de su sacrificio personal y el de quienes lo acompañaron, es lo que se firmó el 8 de mayo, un mes y dos días antes de lo acordado en Ciudad Juárez. Entonces, ¿para qué tan largo viaje y para qué su propuesta de firmar allá un pacto ciudadano nacional después de promover varias mesas de debate? Si las mesas de debate no eran para discutir su propuesta del 8 de mayo y sumar demandas ciudadanas de todo el país, ¿para qué hacerlas e ir hasta Ciudad Juárez? Yo vi a Sicilia, en un video, esperar las resoluciones del debate, que se tardaron en llegar. ¿Por qué llamarlas ahora "una carta a Santa Claus con un chingo de peticiones y cosas por hacer"? (www.eluniversal.com.mx, 13/06/11). Porque las resoluciones del debate no le gustaron, así de simple: lo rebasaban por la izquierda y eso es irresponsable, según su opinión. Ergo, había que descalificarlas llamándolas carta a Santa Claus. ¡Je suis le chemin, la vérité et la vie!, le faltó decir.

¿Qué esperaba Sicilia? La gente común no racionaliza poéticamente el sufrimiento que le ha impuesto la estúpida guerra de Calderón, que ya no sabe qué hacer ni a quién culpar de tanta víctima (el sábado 11 fueron reportadas 35 muertes y el domingo 12 otras 69, un total de 104, mientras Sicilia y sus amigos hablaban de paz, de diálogo con el gobierno y de no más muertes). La gente común está también muy encabronada, pues sus familiares y amigos siguen muriendo o sobreviviendo, y todos saben (sabemos) que esto no estaría ocurriendo si el dizque gobierno federal no se hubiera lanzado, a tontas y a locas, a golpear el avispero como si fuera una inocente piñata. Exigir que las fuerzas armadas regresen a sus cuarteles, ya y no cuando quieran Sicilia o Calderón, es una demanda absolutamente válida y necesaria, entre otras razones para que los militares dejen de violar todos los días la Constitución y otras leyes so pretexto de flagrancias que no lo son ("en flagrancia" quiere decir "en el mismo momento de estarse cometiendo un delito, sin que el autor haya podido huir").


Es normal que los delincuentes violen las leyes, de ahí su nombre. Lo que no es normal ni correcto es que tanto el Ejército como la Armada las violen por instrucciones de Calderón. Es por esto que, además de demandar la salida de las fuerzas armadas de calles y carreteras, se exige juicio político al denominado Presidente de la República. No son duros quienes exigen esto, son realistas, y no andan buscando diálogos inútiles con quienes han provocado esta terrible situación en todo el país, en unos estados más que en otros.

Decir que los delincuentes estarían muy contentos si los militares regresan a los cuarteles es darle crédito a estos últimos y pensar que de veras están acabando con el crimen organizado. Lo que sabemos es que las cabezas del narco se multiplican en mayor proporción a las que supuestamente encarcelan o matan, que en todos lados crecen como hongos después de una lluvia, y que en revancha matan cada día a más y más, incluyendo a inocentes o a quienes creemos, de buena fe, que lo son. Matar, aunque sea por orden expresa de las autoridades, es un delito, como lo es entrar a la fuerza en la casa de alguien, incluso de un delincuente (Hank o quien sea), sin orden expresa de un juez (a la policía ministerial, no al Ejército). Presunción de culpabilidad no es lo mismo que dizque sorprender en flagrancia, así sea por denuncia de otros. En las guerras debidamente declaradas se vale que unos maten a otros, a los enemigos, pero la de Calderón no es guerra debidamente declarada. Él ya lo dijo: es una lucha contra el crimen organizado, por lo que ésta debe ser de acuerdo con la legislación vigente y no por encima de ésta.

Para quienes Sicilia ha llamado duros "es inútil dialogar con los responsables de haber desatado la violencia y, en su caso, aceptar este diálogo [propuesto por Sicilia] estaría condicionado al retiro previo y total del Ejército. De lo contrario, sólo sería legitimar la estrategia militar calderonista" (La Jornada, 11/06/11). Pienso que tienen razón y que dialogar con Calderón o sus empleados no llevará a nada, pues su gobierno y el vocero de seguridad nacional insisten en negar que sea la autoridad la que ha detonado la violencia en México (declaración de Alejandro Poiré registrada por Noticieros Televisa 13/06/11, 14:28).

Sicilia no debería de confundir su manera de pensar con la de otras personas, tan legítimamente inconformes como él, y tratar de desviar la protesta social a un diálogo con quienes han desatado la violencia y la inseguridad que vivimos sin antes recibir señales de que el gobierno actúa conforme a la legalidad y no amedrentando a tirios y troyanos en una guerra que sabemos está perdida. ¿Cómo explica Sicilia estar en favor de la revocación del mandato y no de que se le siga juicio político a Calderón, como demandan los "duros" que él critica?

Congruencia, poeta, congruencia.

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