Negocio mortal

su parecidos con las novelas de juan osorio y carmen salinas son pura casualidad.

El millón de pesos que motivó el crimen de las comunicadoras Marcela Yarce y Rocío González involucra a un grupo de seguidores de la santería. Reporte Indigo DF presenta los testimonios de dos de los cuatro asesinos que detallan la forma como establecieron contacto con sus vícitmas y planearon lo que terminó siendo un negocio mortal.
Por Icela Lagunas 12/10/2011 - 7 comentarios Categoría: Actualidad


Sus cuerpos desnudos fueron abandonados en el predio Las Maravillas de Iztapalapa. El de Marcela Yarce tenía un mecate amarillo al cuello y tres balazos; el de Rocío González un lazo similar, además de una mascada con flores rojas en la boca y dos heridas de bala.

El asesinato de las comunicadoras desató la indignación del gremio y la sociedad de un país considerado como de los más peligrosos para ejercer el periodismo –según reporta el último informe anual “Ataques a la Prensa 2010” del Comité para la Protección de Periodistas.

Detrás de su muerte hay una historia oscura que involucra a un grupo de seguidores de la santería –entre ellos un menor de 16 años– quienes tramaron un plan para robarles a las comunicadoras un millón de pesos en efectivo.

De viva voz Óscar Jair Quiñonez Emmert, alias “Ogún”, y Lázaro Hernández, conocido en el mundo de la santería como “El Padrino Laza”, relataron ante el Ministerio Público de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) la forma en que dieron muerte a Ana María Marcela Yarce Viveros, colaboradora de la revista Contralínea, y a Rocío González Trápaga, ex reportera de Televisa.

Luego de decenas de declaraciones hechas ante el Ministerio Público por parte de personas del círculo cercano de ambas mujeres (hermanos, hijos, jefes, novios y hasta socios) no se encontraron indicios de que su actividad en el mundo del periodismo haya influido en su trágica muerte. Sí, en cambio, su actividad empresarial.

Rocío González, socia de Eurodólar, una casa de cambio ubicada en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, se dedicaba al cambio de divisas. Marcela Yarce, su amiga y compañera de trabajo, le allegaba posibles clientes. Fue así que ambas se involucraron para efectuar una transacción millonaria que les dejaría algunas ganancias.

Reporte índigo DF presenta el expediente FIZP/IZP-7/T1/1576/11-09 que refiere la brutal muerte de estas comunicadoras. El mismo contiene la confesión de dos de los cuatro homicidas involucrados en estos asesinatos. Sus testimonios dan cuenta de lo que terminó siendo un negocio mortal.

Un millón comprometido

El 31 de agosto de 2011, a las 20:15 horas, afuera de la Puerta Ocho del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, Teresa, empleada de Eurodólar, entregó a su jefa un millón de pesos en efectivo.

Para ella, la petición hecha vía telefónica por Rocío González Trápaga no era inusual. Era común que su jefa, socia de la casa de cambio donde trabajaba, le llamara para que le entregara diversas cantidades en efectivo.

Esa noche, la empleada de Eurodólar salió a prisa y le entregó el millón de pesos en una bolsa de papel. Esa fue la última vez que se vio con vida a Rocío. Ésta se dirigió a toda prisa al Sanborns de Boulevard Puerto Aéreo donde ya la esperaba su amiga Marcela.

Semanas antes, Marcela Yarce había hecho contacto con Óscar Jair Quiñonez Emmert. Lo conocía por ser un empleado del estacionamiento ubicado en Humboldt 44, en la colonia Centro, donde solía guardar su auto.

El lugar –propiedad de unos empresarios de origen chino–, se encuentra a poca distancia de las oficinas de la revista Contralínea, adonde Yarce acudía a trabajar diariamente bajo las órdenes de Miguel Badillo, director de esta publicación.

Durante tres años Marcela pagó directamente el importe por ingresar su vehículo a dicho estacionamiento. Era común que Óscar Jair la atendiera pues estaba como encargado del establecimiento.

A lo largo de ese tiempo, la reportera le hizo a este hombre algunas solicitudes. Que le ayudara con un trámite para gestionar unas placas de circulación para el vehículo de una de sus amigas; que le consiguiera un estéreo y unas bocinas para su carro, entre otras.

Aunque luego Marcela dejó de pagar el estacionamiento, siguió acudiendo al mismo sitio para requerir encargos similares al empleado. Hasta que un día buscó a Óscar para hacerle una petición específica:

“Me dijo que si yo sabía si mis patrones, refiriéndose a los chinos, dueños del estacionamiento, le podían conseguir dólares baratos”, refirió Quiñonez Emmert.

Fue entonces que la reportera le proporcionó al empleado su número de teléfono celular, a fin de que le llamara para informarle si había conseguido algo.

Semanas después Marcela Yarce acudió al estacionamiento donde laboraba Óscar. Le preguntó si le había podido conseguir los dólares baratos que le había solicitado –no sin antes precisarle que de efectuarse la transacción le daría una ganancia por su intervención.

“En ese momento le marco a su nextel a Lázaro, quien es el ayudante de mi padrino (el santero) Raúl Hernández, a quien le pregunto que si conocía a alguien que pudiera conseguir dólares baratos y Lázaro me preguntó que cuánto, refiriéndose a la cantidad de dólares, a su vez le pregunto a la señora Marcela y ella me contesta que un millón”, declaró el asesino confeso ante la autoridad.

Esa vez no se concretó nada. Para el 29 de agosto Yarce acudió de nuevo al establecimiento en busca de alguna respuesta sobre el posible negocio que, supuestamente, se establecería entre los chinos y la casa de bolsa de su amiga Rocío.

Ese día el empleado del estacionamiento le informó que había logrado contactar a unas personas interesadas en vender dólares a 10 pesos cada uno.

“Le hice saber que eran narcos y la señora Marcela me dijo que estaba bien, que no había ningún problema porque ella con ese tipo de personas ya había trabajado, además me dijo que a mí me iba a dar de ganancia veinte centavos por cada dólar que compraran ellas”.
Según lo declarado por el detenido, en ese momento Yarce hizo una llamada desde su celular a otra persona a quien le dijo: “ya conseguí quien nos venda un kilo de papas”.

La mujer le pidió al empleado que cuando se refirieran al millón de pesos lo hicieran como “el kilo de papas”, para evitar mencionar la cantidad de dinero frente a otras personas.

Ese día cerraron el trato.

¿Un buen negocio?

El 31 de agosto quedaron de verse. Irían al lugar en el que se efectuaría la transacción. Para ese miércoles el operador del estacionamiento ya había armado un plan junto con tres cómplices más. A ellos los conocía del templo adonde acudía a practicar la santería.

A cada uno de sus conocidos les asignó un rol y dispuso de algunos vehículos guardados en el estacionamiento donde trabajaba para así poder concretar el robo de un millón de pesos a Marcela y su amiga.

Óscar Jair Quiñonez Emmert giró instrucciones a sus tres colaboradores –Lázaro Hernández Ángeles, “Tom” o “Tomy” y Brian, un menor de edad, hijo del padrino del templo de santería–; definió los roles respecto a quién serviría de muro, quién los guiaría al inmueble en el que harían la supuesta transacción y, también, quién las mataría y se haría cargo de sus cuerpos.

Ajenas al plan que se orquestaba en su contra, Marcela y Rocío arreglaban los detalles para disponer del efectivo que, pensaban, redundaría en un buen negocio.

Ese día, ya por la noche, Óscar Jair telefoneó a Marcela y la citó en el metro Iztacalco, muy cerca de la Colonia Campamento 2 de Octubre.

“Me quedé parado debajo del puente esperando a que llegara la señora Marcela y siendo aproximadamente las nueve de la noche veo que orilla un carro de color negro, al parecer un Pontiac, y me hace señas una persona, viendo que se trataba de la señora Marcela”, recordó.

Al acercarse vio que Marcela iba sentada en el asiento del copiloto mientras que Rocío conducía el vehículo al que de inmediato Óscar se subió.

El conocido de Marcela Yarce le indicó a Rocío González se dirigiera hacia un punto del Eje Tres. Llegando ahí les dijo que, por instrucciones de su patrón, tenían que dejar su auto y subirse a una camioneta Expedition color gris. Aparentemente, las mujeres accedieron a la petición.

Fue así que Óscar Quiñonez tomó el volante de la camioneta mientras que sus cómplices lo seguían haciéndole un muro de protección; Lázaro conducía una camioneta Lobo negra y “Tomy” un Beetle negro.

Todos se enfilaron hacia la delegación Iztapalapa. Hacia un terreno, propiedad de “El padrino Raúl”, donde hay una casa en construcción.
El inmueble estaba en penumbras. Una vez que estuvieron dentro, las dos mujeres fueron golpeadas con extrema violencia, asfixiadas y tras ser asesinadas las remataron a balazos en repetidas ocasiones.

‘Bisne de a chesco’

El episodio de lo que ahí ocurrió lo narró el segundo de los dos detenidos: Lázaro Hernández.

“¿De qué bisne hablas?”, le preguntó Lázaro a Óscar Jair cuando éste lo invitó a participar en un asunto que le dejaría una lana.

“No preguntes, te va a tocar para un chesco, sólo quiero que me acompañes”, le contestó Oscar.

Esa noche, los cuatro cómplices trasladaron a las dos mujeres hasta la casa de su “padrino Raúl” ubicada en la cerrada de Paraíso, número 33, en la Colonia El Mirador de Iztapalapa.

Fue Óscar quien les dijo a Rocío y Marcela que pasaran dentro dado que su patrón se encontraba en la parte alta de la casa. Había poca iluminación.

En ese momento Óscar Jair sacó un revolver que traía oculto entre sus ropas, a la altura de la cintura. Les apuntó a ambas mujeres diciéndoles: “Esto ya valió madres, es un asalto, dénme la bolsa con el dinero y quítense toda la ropa”, recordaría luego Lázaro.

El delincuente también relató que Marcela fue quien muy alterada gritaba al empleado del estacionamiento:

“No Óscar, por favor no hagas esto, nos conocemos desde hace mucho, por favor no hagas esto Óscar”.

A lo que su supuesto conocido le contestó:

“Me vale madres, quítense la ropa pinches viejas, y rápido, qué creyeron que me iban a ver la cara de pendejo o qué”.

El criminal después le ordenó a “Tom” que recogiera las bolsas y la ropa de las dos mujeres que, de manera permanente, eran amenazadas por Óscar y Lázaro, quienes les apuntaban con sus pistolas.

Óscar estaba enfurecido. No toleraba que Marcela no parara de llorar. Una y otra vez, Marcela le insistió que dejara de hacer eso.

“La señora Marcela se sube conmigo, yo le iba apuntando con el arma de fuego que llevaba en la mano derecha, me decía que por qué les hacían eso si Óscar era su amigo, a lo que yo contesté, pues no sé y pasados cinco minutos, Óscar me grita que baje con Marcela y ella seguía llorando”.

Una vez que bajaron, se percataron de que Rocío se encontraba tirada en el piso, boca arriba, a un lado del sillón, desnuda y con una soga en el cuello.

Óscar continuó ordenando lo que cada quien tenía que hacer. Es así como le exige a “Tom” que le coloque a Marcela el otro lazo.

“Marcela solamente lloraba, yo y Óscar le apuntábamos con las pistolas, mientras que Brian veía y cuidaba la puerta; veo como Tom le dice a Marcela que se volteé de espalda y cuando ella voltea le coloca su brazo alrededor del cuello, por lo que la señora se desmaya y se cae al suelo”, detalló Lázaro en su declaración ministerial.

Ninguna de las dos se movía ya. Sus cuerpos permanecían inmóviles en el suelo. Los cuatro hombres cargaron a Marcela y la metieron en la parte trasera de la camioneta Lobo. La misma suerte corrió Rocío.

El cuarteto salió del inmueble cuidándose las espaldas. Alrededor de las 23:00 horas del 31 de agosto se encaminaron a una zona desolada por donde se encuentran unos campos de futbol, cercanos a una extensa zona verde. Ahí tiraron los cuerpos. Desnudos, golpeados y amarrados de las manos.

“Ya estaban tirados los cuerpos de las señoras cuando escucho que realizan cuatro disparos con arma de fuego y el único que traía arma era Óscar Jair, me dice que nos vayamos y nos salimos despacio de ese lugar con dirección hacia la avenida Tláhuac”, detalló Lázaro.

A medianoche se dirigieron todos hacia el departamento que habita Óscar por la zona de Viaducto y Troncoso, en la delegación Iztacalco.

“Óscar sacó de una bolsa de mujer de color negro varios paquetes de dinero, vi que eran muchos de quinientos y doscientos pesos; los empezó a repartir dándome a mí la cantidad de 140 mil pesos; a Tom le dio también 140 mil pesos y el resto del dinero, que era mucho más, se lo repartieron entre el Brian y Óscar Jair”.

Luego de asesinar a ambas mujeres los criminales se dieron un “baño”: un ritual con hierbas que en santería implica alejar las malas vibras y una limpia del alma.

Doble crimen

El 1 de septiembre los cuerpos de las comunicadoras fueron encontrados en el predio Las Maravillas.

El reporte oficial de la policía detalla que Marcela Yarce sólo tenía puestos sus calcetines y una pulsera de madera con imágenes religiosas. Rocío González tenía las manos amarradas con una bufanda de colores verde y azul con restos de semen (aún se analiza si corresponde a uno de los detenidos); en la boca le pusieron la mascada de flores rojas y alrededor del cuello un lazo amarillo –igual que Marcela.

Con los 140 mil pesos que les tocaron del botín, Lázaro se compró un Jetta rojo de cien mil pesos, también un equipo de sonido de 8 mil pesos y un teléfono celular de 5 mil pesos.

Óscar Jair se fue de vacaciones a Mazatlán, Sinaloa, con su esposa e hija. De regreso fingió haberse fracturado una pierna para justificar su ausentismo en el trabajo. Ya sabía que la Policía Judicial había acudido al estacionamiento preguntando por él.

“El padrino Raúl” que los veía acudir a los rituales de santería se preguntaba, ¿de dónde habían sacado el dinero para financiar tales actividades?, recordó Lázaro –quien además argumentó que unos hermanos que vivían en los Estados Unidos de Norteamérica le habían mandado dinero.

“Al tener a la vista las fotografías de unas personas del sexo femenino que ahora me entero corresponden a los nombres de Rocío González Trapaga y Ana María Marcela Yarce Viveros, quiero mencionar que se trata de las mismas personas a las que matamos”, aceptó Lázaro.

Los teléfonos celulares de ambas fueron clave para ubicar a los responsables.

El tercer implicado detenido, del que la Procuraduría de Justicia local no ha proporcionado mayores datos, es el hijo del santero Raúl Hernández. Es el menor de 16 años conocido por el nombre de Brian. “Tom” aún sigue libre.

Por el doble crimen de las comunicadoras declararon ante la PGJDF diversas personas relacionadas con ellas. Por parte de Marcela Yarce Viveros, su hija, fundamentalmente; y también su jefe, el director de Contralínea, Miguel Badillo. Por Rocío González Trápaga, su cuñada, su hermana y su pareja sentimental.

En torno al asesinato de las periodistas se han hecho muchas especulaciones: sobre las presuntas vinculaciones de la casa de cambio de la que era socia Rocío González con unos posibles “clientes” de la Central de Abasto; sobre otros socios que financiaría un proyecto para conformar una nueva revista abocada al ramo inmobiliario; incluso, sobre las vidas personales de Marcela y Rocío.

Por la información recabada por las autoridades hasta el momento, presentada en esta edición, se da cuenta que este terrible homicidio tuvo como móvil original un negocio que resultó mortal para ambas comunicadoras.