Remisión de los pecados El poeta del perdón Besar para cambiar Toca mover a Ebrard
PROTESTAN EN EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC. Durante el encuentro entre integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y legisladores, un inconforme mostró una bandera con la leyenda "No más sangre"Foto José Carlo González
El poeta Javier Sicilia ha convertido un movimiento social de exigencias en un vehículo personal de traslado y transferencia de emociones individuales. Ambivalente, contradictorio, centrado y concentrado en sí mismo y en un pequeño grupo que le rodea, asesora y conduce, el padre de uno de los jóvenes asesinados meses atrás en Cuernavaca ha ido derivando la suerte de mandato colectivo que en un principio tuvo hacia meros ejercicios espirituales, retóricos y fotográficos que están siendo aprovechados gozosamente por diversos personajes de la elite política nacional.
Del perdón como demanda ética a una clase política inmoral, al reparto entusiasta de besos y abrazos como una especie de comunión expiatoria. Sicilia ha colocado en el centro de su estandarte eclesiástico la demanda de que los políticos pecadores pidan perdón, como si el simple hecho de expresar determinadas palabras convirtiese a los cínicos oficiantes del poder en entes redimidos y, a partir de esa conversión verbal, el mundo pudiese cambiar. No es perdón lo que este México reclama, sino justicia y eficacia: justicia para castigar a los responsables de tantas muertes impunes, olvidadas o menospreciadas, y eficacia para restaurar al Estado como fuente de seguridad pública y protección de los ciudadanos.
La indulgencia puede ser exigida o concedida como un acto personalísimo, de índole y satisfacción íntimas, pero no debe ser elevada a una categoría central de discurso político y movilización social, a menos que el abanderado de esa doctrina de la remisión civil de los pecados sea movido exclusivamente por resortes personales y no por un plan sensato y eficaz de lucha política, y entonces se diluya conscientemente el interés colectivo y las metas concretas por los ceremoniales de Amor y paz (ya no está solo el otro predicador romántico, Andrés Manuel López Obrador) como palancas para la transformación del mundo, según las misas sicilianas que terminan con los participantes dándose la paz (sobre todo por la vía oscular), en un remolino de pasiones que en sus primeras partes pareció contar con fuego desatado por la parte cívica contra los malvados legisladores a los que se trató con un látigo oratorio que en el mismo escenario, el castillo de Chapultepec, no fue usado contra otro poderoso, individual, no colegiado, aquel Felipe Calderón cuyo discurso de satanización del oficio legislativo fue reproducido ayer por Sicilia aunque, al final, esos corresponsables de los crimenes nacionales, esos diputados y senadores que aprueban los presupuestos para la maquinaria de guerra y no ponen controles ni exigen cuentas verdaderas, fueron besados, abrazados y apapachados en algunos de sus representantes notables por el poeta compasivo.
Desgaste y confusión de aquel movimiento original no solamente por el hecho de que el líder Sicilia ha decidido imponer su visión y métodos, sin que haya consulta o decisiones compartidas con algún segmento representativo que no sea el de quienes forman parte de su comité central, sino, sobre todo, porque las escenografías hasta ahora montadas solamente están consolidando al mismo sistema supuestamente combatido o al que presuntamente se exigen cuentas y correcciones, mismas que le son prometidas pero sin seriedad procesal ni compromisos de calendario, en algo parecido a jugar el dedo en la boca a sabiendas de que los tiempos electorales están encima y nada de lo que hoy se diga o jure habrá de tener espacio para cumplimiento real sino después de las elecciones de 2012, cuando los reacomodos que haya, de ese segmento de poderosos, dejarán muy atrás a este movimiento que ahora simplemente sobrellevan, torean y, políticamente, desangran y aprovechan.