Ciudad Juárez
01-02-2010
La gente de Villas de Salvarcar piensa que el ejército y la policía no hacen nada para impedir la masacre sistemática de los juarenses en una guerra que ya pocos creen que sea contra el narco. Una fiesta en su barrio terminó con la irrupción de un comando armado que disparó a quemarropa contra los asistentes, provocando 13 muertes en el lugar y 15 heridos de gravedad, tres de ellos muertos en las siguientes horas. La mayoría de los asesinados eran menores de edad.
El colmo de la irresponsabilidad policial y militar es que pretendieron impedir la asistencia de los familiares a los heridos para resguardar la escena del crimen. La sospecha de que hay complicidad de las “fuerzas del orden” y de los criminales ha empezado a hacer camino en la opinión pública. Más de cuatro mil caídos en la ciudad, sin un efectivo militar caído en combate, da mucho que pensar. Sobre todo cuando la presencia militar y policial en la ciudad es omnipresente.
Gero Fong, activista de la Asamblea Ciudadana Juarense y del Frente Nacional contra la Represión, afirma: En ciudad Juárez están actuando escuadrones de la muerte en una ciudad militarizada. En un comentario a nuestra nota de ayer Masacre Estudiantil en Juárez, Irving, un lector, plantea los elementos lógicos de una implicación en los siguientes términos: Impunidad…colusión…terrorismo de Estado….”estallido social”. La ecuación no puede ser más lapidaria. Si tenemos en consideración que, después de más de diez años en un clima de violencia mortal, la impunidad es la regla, el paso a la colusión del estado en el asunto es un paso lógico obligado. Si esto es así, no hay escapatoria lógica, vivimos en un terrorismo de estado. Pero ¿Quién quiere el estallido social?
Una expresión de la ideología de los escuadrones de la muerte describe la necesidad de no tener pruritos en cuestionar el alcance de la muerte de la siguiente manera: hay que quitarle el agua al pez. Traducido al lenguaje de los humanos eso quiere decir: si los pobres quieren cambios que “alteren al orden social”, hay que matar pobres. En los años ochentas la aristocracia criolla salvadoreña, asesorada desde La escuela de las Américas y desde Miami, patrocinó el combate contra el pueblo.(ver http://www.elsoca.org/index.php?option=com_content&view=article&id=471:el-salvador-a-29-anos-del-asesinato-de-monsenor-oscar-arnulfo-romero&catid=15&Itemid=11) Se trataba de no permitir que la democracia popular se extendiera más allá de Nicaragua (en ese entonces liberada de la dictadura de los Somoza). El experimento se extendió a Rio de Janeiro a principios de los noventa. ¿Habrá llegado aquí?
Las elecciones del 2000 tuvieron como leitmotiv el que la izquierda, léase el pueblo, era un “peligro para México”. Toda la maquinaria del sistema y del poder mediático se movió en esa dirección. El clamor popular del fraude, la ausencia de legitimidad del gobierno entrante parecen haber llevado a la búsqueda de legitimidad por la vía bélica. Hasta este momento la clase política se había apoyado en la propagandización de que los caídos habían sido de alguna manera “cómplices ” del crimen organizado. Piensan hacernos creer que en el caso de la masacre de Villas de Salvalcar algo hubo de eso. Aunque sea nimio. Pero le pegaron a una fiesta de niños., a un barrio unido de gente unida, conocedores de su condición de trabajadores. Las escusas para la impunidad ya no bastan.
Somos muchos los que pensamos en el “terrorismo de estado”. Todos queremos que se ponga un alto a la violencia. Pero también queremos que se nos demuestre, sin lugar a dudas, que la falta de “inteligencia militar” de ineficiencia, de impunidad de los criminales, no obedece a una complicidad del sistema con los ideólogos de los escuadrones de la muerte.