Los que no “quicieron” creer















Gustavo de la Rosa


En memoria de “El Gallito”
La guerra de las grandes empresas de exportación y comercialización de drogas ilegales, es decir, cárteles, empezó como todas las campañas publicitarias, con un mensaje. En el monumento al policía colocaron una manta con la siguiente leyenda: “Para los que no quicieron (sic) creer”.

Era el anuncio de la inauguración de las oficinas en Ciudad Juárez de la empresa del cártel de La Gente Nueva, que las autoridades la ligan con El Chapo Guzmán.

Eran los primeros días de 2008, y los juarenses y neocasasgrandinos sonreímos ante ese anuncio. Poco después empezaron los asesinatos. En Ciudad Juárez nos fuimos de 17 a 118 por cada 100 mil habitantes en 2008, y Nuevo Casas Grandes cerró con 99 por cada 100 mil.

Dos años después y más de 3 mil muertos de por medio, miles de juarenses y neocasasgrandinos nos hemos topado con el delito en más de una ocasión. Y nos hemos visto obligados a creer o no creer que el delito está cerca de nosotros. Esa es una decisión que tomamos con responsabilidad, y aquellos que sólo hemos sido testigos del desarrollo de los cárteles, que no hemos tomado ni un peso de ellos, vivimos bajo la máxima de “el que nada debe nada teme”.

Pero el signo de los tiempos ha cambiado.

El periodista Norberto Miranda El Gallito publicaba, en lo que fue su última nota el 22 de septiembre pasado, que el clima de violencia en Nuevo Casas Grandes se había disparado y había pánico colectivo. Y llamaba a la calma así:

“Es menester hacerle un llamado a la población en general para que evite hacerse fácil presa del temor. Indudablemente que a todos preocupa el alto nivel de violencia en las calles de lo que otrora fuera una ciudad tranquila. Pero todos debemos ser prudentes al manejar la información que circula por las calles, dado que existe infinidad de ojos y bocas, muchos de los cuales ven más y dicen más de lo que realmente aconteció. Seamos cautos y no dejemos que la sicosis haga pasto de nuestra sociedad” (Cotorreando con El Gallito, radiovisioncasasgrandes.com, edición del 22 de septiembre de 2009).

Días antes hablamos por teléfono, pues estábamos alarmados por el incremento de la violencia y la brutalidad que se estaba viviendo en la región. Él se sentía asustado, pero asumía una gran confianza en que su manto de honestidad lo protegería y por lo tanto: “Él no creía”.

Yo para entonces ya me encontraba en código naranja, pues desde el 25 de agosto le había solicitado al presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos que activara el mecanismo correspondiente para la protección de los visitadores de derechos humanos en riesgo. Yo sí creía. Los signos me decían que la amenaza de una agresión fatal se estaba construyendo en mi contra. En septiembre los síntomas se tornaron más graves, pues mi trabajo en Atención a Víctimas se complicó por las dos masacres de adictos y tres homicidios que se ligaban de una forma u otra al Ejército.

Además, el general Felipe de Jesús Espitia (comandante del Operativo Chihuahua) advirtió a los diputados locales en una comparecencia oficial que “las comisiones de Derechos Humanos son usadas por los cárteles para desprestigiar al Ejército”. Quienes estudiamos la lógica más elemental sabemos de tal premisa, y que el silogismo se cierra así: “Los visitadores de derechos humanos que critican al Ejército lo desprestigian; esos visitadores son usados por el narco”.

El diputado Víctor Quintana protestó de inmediato, pero el presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos permaneció en silencio ante esa acusación tan grave. Al ver esa actitud me di cuenta de que no iba a tener protección institucional y creí con más firmeza que el peligro para mí era inminente.

Terminaba la semana de las fiestas patrias y empezaba la siguiente: Norberto Miranda “no quería creer” y esperó, confiado, los sucesos. Yo decidí pasar a la semiclandestinidad.

El 23 de septiembre, mientras preparaba su colaboración, Miranda fue asesinado por la noche. A esa hora, me encontraba en El Paso, Texas, buscando hospedaje para resguardarme, había pasado al código rojo.

He vuelto a Juárez en la semiclandestinidad, pues seguimos totalmente expuestos. Y activar el círculo de protección se tarda y no sé qué tan seguro sea al final del día. Pero “creí” y estoy todavía vivo. Por eso desde aquí le escribo a Norberto: “Mi licenciado, ¿por qué no quiso creer?”, y exijo justicia para su familia.

Visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Chihuahua