
La Expoagro celebrada en la capital norteña la semana pasada mostró la estrategia suave de las trasnacionales: Monsanto, Agrobio y Pioneer figuraron entre los patrocinadores, junto con otras empresas privadas, instituciones de educación superior y más de 10 dependencias de los gobiernos federal y estatal. El hecho de auspiciar la exposición permitió que los representantes de las dos primeras fungieran como moderadores y ponentes de sendas mesas con el tema de los transgénicos. A pesar de que se utilizó dinero público para la organización de los foros, no se invitó a participar como ponentes ni a los científicos ni a las organizaciones que demandan la no liberación de maíz transgénico.
Una vez colocados como amos del escenario, los personeros de Monsanto y Agrobio, con ayuda de alguna científica a modo, se dedican a disparar –como se disparan los genes para inocular las moléculas– sus ideas y desplegar su estrategia argumentativa: justificar plenamente los transgénicos, minimizar los riesgos, caricaturizar o ridiculizar a sus críticos, si no es que satanizarlos.

Para ellos las semillas transgénicas “son la única solución al problema del hambre y baja productividad en el mundo... Está demostrado que no causan daño alguno a la salud ni al medio ambiente, y con un aislamiento de 300 metros a la redonda es suficiente para que el polen no se transfiera a otras plantaciones. El norte de México no es centro de origen del maíz. Los críticos de los transgénicos rechazan en bloque la biotecnología y se cierran al progreso. Es más, dichos críticos esgrimen mentiras tales como que los transgénicos producen el sida”… Además, los “conservacionistas”, como ellos tachan a quienes cuestionan los transgénicos, usan formas de protesta tan desordenadas y condenables como tomar las calles, la Cámara de Diputados, las carreteras, etcétera, etcétera.
Los paneles están montados para que la estrategia argumentativa pro transgénica no tenga adversario. Participa alguna representante del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), exponiendo el laberinto burocrático de la dependencia y agradeciendo “la claridad y el carisma” de la defensora científica de los transgénicos. Nunca expone las razones por las que se establecen tantos requisitos para la liberación experimental de OGM. Y cuando se le inquiere por qué ha proliferado la invasión de semillas y las siembras transgénicas en Chihuahua, burocráticamente da el capotazo rumbo a la Secretaría de Hacienda, quien tenía a su cargo las aduanas antes que éstas –también– fueran tomadas por el Ejército.
Afortunadamente, siempre hay voces disidentes en la audiencia. Hay que señalar, sobre todo, a valientes y muy informados investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias. Sin embargo, como hablan desde abajo, se les limita el tiempo y no cuentan con derecho de réplica a las respuestas reductoras y simplificadoras de los dueños del escenario.
Si ahí terminara la estrategia, no sería tan grave el problema, pero el otro brazo es el más preocupante: porque las trasnacionales agroquímicas tienen un plan bien delineado para invadir subrepticiamente nuestro país con maíz transgénico y obligar a las autoridades complacientes a que acepten los hechos consumados. El año pasado, El Barzón, el Frente Democrático Campesino y Greenpeace denunciaron ante la Procuraduría General de la República (PGR) y demostraron la siembra de maíz transgénico en la zona de Cuauhtémoc. La Secretaría de Agricultura (Sagarpa) “sólo encontró” 221 hectáreas, cuya producción fue incautada.

Mientras Monsanto despliega con toda libertad y aun con apoyo gubernamental su pinza transgénica, la Sagarpa y Senasica hacen de los maridos cornudos: simulan ser los últimos en saberlo.
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